Historia De La Virgen De La Salud
Corría el año 1853, cuando las Siervas de María pidieron a Don Miguel una imagen que les pudiera presidir casa y rezos, pues no tenían la iglesia cerca. Don Miguel rebuscó en el desván de su casa, y halló una talla desechada de María con el Niño, la cual fue del gusto de las hermanas. Luego de haber restaurado la imagen, pasó a presidir la comunidad de las Siervas de María, primero en el dormitorio común, luego en un pequeño cuarto organizado como oratorio, y después, cuando pudieron tener una capilla, en ella.
La Virgen de la Salud se convirtió durante estos años en el paño de lágrimas, la confidente y el auxilio. La Madre Soledad y las demás hermanas de la comunidad, experimentaron de modo palpable la protección de su Madre; a ella recurrieron en todas sus dificultades: las propias de su actividad de servicio, así como las personales, en los problemas espirituales y en los de convivencia, cuando se sentían indeseadas y perseguidas por las autoridades y escarnecidas en las calles o cuando les faltaba literalmente el pan. A ella le reconocieron un especial patrocinio sobre la Congregación, siendo elegida como su astro guía.
La dinámica de la piedad de la Madre Soledad, la lleva a Jesús a través de María, con la que se identifica en la imitación al ver a Cristo en la persona del prójimo enfermo. El hecho de María patrona de la Congregación bajo el título de Salus Infirmorum le da a la piedad de las Siervas de María un colorido peculiar. La contemplación de esta verdad mariana tiene un rico contenido teológico: María no puede ser "salud de los enfermos" si no es por ser madre de la Salud, del Salvador; el dolor no se justifica en sí mismo sino en cuanto que desemboca en una sanación, del orden que sea. María Salud es la Dolorosa glorificada, que ha abierto y muestra la dimensión triunfante, redimida, del sufrimiento.
Los "enfermos" de los que habla esta advocación no son solo los que adolecen de algún mal físico. María es salvación en el mismo orden y medida en que su Hijo es Salvador. De modo que la in-firmitas (enfermedad) de la que somos sanados es, en primer lugar, algo mucho más hondo que la mera enfermedad corporal. Resalta, pues, mucho el compromiso de las Siervas con la entera persona del enfermo. En éste atienden al Cristo sufriente y colaboran en su obra de salvación; una salvación para todo el compuesto humano, espíritu y cuerpo.
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