Consagración Al Corazón Inmaculado De María
Significado de la Consagración
Consagrar algo es reservarlo para Dios. Este "hacerlo sagrado" identifica a la persona o el objeto como consagrado al servicio de Dios. Esto se ve en el Antiguo Testamento cuando las personas o los objetos (el primogénito, los sacerdotes, las ofrendas, etc.) se entregan a Dios; y en el Nuevo Testamento cuando Cristo aparece como el consagrado enviado por el Padre (Juan 10, 36), que se consagró a sí mismo al Padre en nombre nuestro (Juan 17, 19) y a través de quien nosotros somos consagrados (1 Pedro 2, 9).
Cuando nos consagramos al Inmaculado Corazón, dedicamos nuestra persona a Dios a imitación de la consagración plena de sí misma que hizo nuestra Señora en el momento de la Encarnación (Lucas 1, 38) y a los pies de la Cruz (Lucas 2, 35; Juan 19, 25-27); y nos encomendamos a ella para cumplir acabadamente con nuestro compromiso bautismal. Como expresó San Juan Pablo II en su oración de consagración del mundo al inmaculado Corazón de María el 25 de marzo de 1984:
"...Ante ti, Madre de Cristo, delante de tu Corazón Inmaculado, yo deseo en este día, juntamente con toda la Iglesia, unirme con nuestro Redentor en esta su consagración por el mundo y por los hombres, la única que en su Corazón divino tiene el poder de conseguir el perdón y procurar la reparación".
Oración de Consagración a María
¡Oh María, Virgen poderosa y Madre de misericordia, Reina del cielo y refugio de los pecadores!, nos consagramos a vuestro inmaculado Corazón.
Os consagramos nuestro ser y toda nuestra vida; todo cuanto tenemos, todo lo que amamos, todo lo que somos. A Vos, nuestros cuerpos, nuestros corazones, nuestras almas. A Vos, nuestros hogares, nuestras familias, nuestra Patria.
Queremos que todo, en nosotros y en torno nuestro, os pertenezca, y participe de los beneficios de vuestras maternales bendiciones. Y, para que esta consagración sea verdaderamente eficaz y duradera, renovamos hoy, a vuestros pies, ¡oh María!, las promesas de nuestro bautismo y de nuestra primera Comunión.
Nos obligamos a profesar siempre y valerosamente las verdades de la Fe, a vivir como católicos, enteramente sumisos a todas las normas del Papa y de los Obispos en comunión con él.
Nos obligamos a observar los mandamientos de Dios y de la Iglesia, en particular la santificación del Domingo.
Nos obligamos a introducir nuestra vida, en lo posible, las consoladoras prácticas de la Religión cristiana, sobre todo la Sagrada Comunión.
Os prometemos, finalmente, ¡oh gloriosa Madre de Dios y tierna Madre de los hombres!, consagrarnos de todo corazón al servicio de vuestro culto bendito, a fin de apresurar y asegurar, por el reinado de vuestro Corazón Inmaculado, el reinado del Corazón de vuestro adorable Hijo, en nuestras almas y en todas las almas, en nuestra Nación y en todo el universo, así en la tierra como en el cielo. Amén.
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