Contenido de la Novena de Aguinaldos:
ORACIÓN INICIAL PARA TODOS LOS DÍAS
Benignísimo Dios de infinita caridad, que tanto amásteis a los hombres, que les dísteis en vuestro hijo la mejor prenda de vuestro amor, para que hecho hombre en las entrañas de una Virgen naciese en un pesebre para nuestra salud y remedio; yo en nombre de todos los mortales, os doy infinitas gracias por tan soberano beneficio. En retorno de él os ofrezco la pobreza, humildad y demás virtudes de vuestro hijo humanado, suplicándoos por sus divinos méritos, por las incomodidades en que nació y por las tiernas lágrimas que derramó en el pesebre, que dispongáis nuestros corazones con humildad profunda, con amor encendido, con tal desprecio de todo lo terreno, para que Jesús recién nacido tenga en ellos su cuna y more eternamente. Amén.
(Se reza tres veces el Gloria Al Padre...)
DÍA PRIMERO
Consideración
En el principio de los tiempos el Verbo reposaba en el seno de su Padre en lo más alto de los cielos; allí era la causa, a la par que el modelo de toda creación. En esas profundidades de una incalculable eternidad permanecía el Niño de Belén antes de que se dignara bajar a la tierra y tomara visiblemente posesión de la gruta de Belén. Allí es donde debemos buscar sus principios que jamás han comenzado; de allí debemos datar la genealogía de lo eterno, que no tiene antepasados, y contemplar la vida de complacencia infinita que allí llevaba.
La vida del Verbo eterno en el seno de su Padre era una vida maravillosa; y sin embargo, ¡misterio sublime!, busca otra morada, una mansión creada. No era porque en su mansión eterna faltase algo a su infinita felicidad, sino porque su misericordia infinita anhelaba la redención y la salvación del género humano, que sin Él no podría verificarse.El pecado de Adán había ofendido a un Dios y esa ofensa infinita no podría ser condenada sino por los méritos del mismo Dios. La raza de Adán había desobedecido y merecido un castigo eterno; era pues necesario, para salvarla y satisfacer su culpa que Dios, sin dejar el cielo, tomase la forma del hombre sobre la tierra y con la obediencia a los designios de su Padre, expiase aquella desobediencia, ingratitud y rebeldía. Era necesario en las miras de su amor que tomase la forma, las debilidades e ignorancias inconscientes de la infancia para expiar las debilidades e ignorancias sistemáticas del hombre; que creciese para darle crecimiento espiritual; que sufriese, para enseñarle a morir a sus pasiones y a su orgullo y por eso el Verbo Eterno ardiendo en deseos de salvar al hombre resolvió hacerse hombre también y así redimir al culpable.
ORACIÓN A LA SANTÍSIMA VIRGEN
Para Todos Los Días
Soberana María que por vuestras grandes virtudes y especialmente por vuestra humildad, merecísteis que todo un Dios os escogiese por madre suya, os suplico que vos misma preparéis y dispongáis mi alma y la de todos los que en este tiempo hiciesen esta novena, para el nacimiento espiritual de vuestro adorado Hijo.
¡Oh dulcísima madre!, comunicadme algo del profundo recogimiento y divina ternura con que lo aguardásteis vos, para que nos hagáis menos indignos de verle, amarle y adorarle por toda la eternidad. Amén.
(Nueve veces el Avemaría)
ORACIÓN A SAN JOSÉ
Para Todos Los Días
¡Oh Santísimo José, esposo de María y padre putativo de Jesús!, infinitas gracias doy a Dios porque os escogió para tan altos ministerios y os adornó con todos los dones proporcionados a tan excelente grandeza. Os ruego, por el amor que tuvísteis al divino Niño me abracéis en fervorosos deseos de verle y recibirle sacramentalmente, mientras en su divina esencia le veo y le gozo en el cielo. Amén.
ASPIRACIONES PARA LA VENIDA DEL NIÑO DIOS
Dulce Jesús mío,
mi Niño adorado
¡Ven a nuestras almas!
¡Ven no tardes tanto!
¡Oh! Sapiencia suma
del Dios soberano,
que a infantil alcance
¡te rebajas sacro!
¡Oh Niño divino,
ven para enseñarnos
la prudencia que hace
verdaderos sabios!
¡Ven a nuestras almas!
¡Ven no tardes tanto!
¡Oh, Adonaí potente
que a Moisés hablando,
de Israel al pueblo
diste los mandatos!
¡Ah, ven prontamente
para rescatarnos
y que un niño débil
muestre fuerte brazo!
¡Ven a nuestras almas!
¡Ven no tardes tanto!
¡Oh raíz sagrada
de José que en lo alto
presentas al orbe
tu fragante nardo!
Dulcísimo Niño
que has sido llamado
lirio de los valles,
bella flor del campo.
¡Ven a nuestras almas!
¡Ven no tardes tanto!
¡Llave de David
que abre al desterrado
las cerradas puertas
de regio palacio!
¡Sácanos, oh Niño,
con tu blanca mano,
de la cárcel triste
que labró el pecado!
¡Ven a nuestras almas!
¡Ven no tardes tanto!
¡Oh lumbre de Oriente,
sol de eternos rayos
que entre las tinieblas
tu esplendor veamos!
¡Niño tan precioso,
dicha del cristiano,
luzca la sonrisa
de tus dulces labios!
¡Ven a nuestras almas!
¡Ven no tardes tanto!
¡Espejo sin mancha,
Santo de los santos,
sin igual imagen
del Dios soberano!
¡Borra nuestras culpas,
salva al desterrado
y, en forma de niño,
da al mísero amparo!
¡Ven a nuestras almas!
¡Ven no tardes tanto!
¡Rey de las naciones,
Emmanuel preclaro,
de Israel anhelo
Pastor del rebaño!
¡Niño que apacientas
con suave cayado
ya la oveja arisca,
ya el cordero manso!
¡Ven a nuestras almas!
¡Ven no tardes tanto!
¡Ábranse los cielos
y llueva de lo alto
bienhechor rocío
como riego santo!
¡Ven hermoso niño,
ven Dios humanado!
¡Luce Dios estrella
brota, flor del campo!
¡Ven a nuestras almas!
¡Ven no tardes tanto!
¡Ven, que ya María
previene sus brazos,
do su niño vean,
en tiempo cercano!
¡Ven, que ya José,
con anhelo sacro,
se dispone a hacerse
de tu amor sagrario!
¡Ven a nuestras almas!
¡Ven no tardes tanto!
¡Del débil auxilio,
del doliente amparo,
consuelo del triste,
luz del desterrado!
¡Vida de mi vida,
mi sueño adorado,
mi constante amigo,
mi divino hermano!
¡Ven a nuestras almas!
¡Ven no tardes tanto!
¡Ve ante mis ojos,
de ti enamorados!
¡Bese ya tus plantas!
¡Bese ya tus manos!
¡Bese ya tus manos!
¡Prosternado en tierra
te tiendo los brazos,
y aún más que mis frases
te dice mi llanto!
¡Ven a nuestras almas!
¡Ven no tardes tanto!
¡Ven Salvador nuestro,
por quien suspiramos!
¡Ven a nuestras almas!
¡Ven no tardes tanto!
ORACIÓN AL NIÑO JESÚS
Para Todos Los Días
Acordaos, ¡oh dulcísimo Niño Jesús! que dijísteis a la venerable Margarita del Santísimo Sacramento, y en persona suya a todos vuestros devotos, estas palabras tan consoladoras para nuestra pobre humanidad agobiada y doliente: "Todo lo que quieras pedir, pídelo por los méritos de mi infancia, y nada te será negado". Llenos de confianza en Vos, oh Jesús, que sois la misma verdad, venimos a exponeros toda nuestra miseria. Ayudadnos a llevar una vida santa, para conseguir una eternidad bienaventurada. Concedednos por los méritos infinitos de vuestra encarnación y de vuestra infancia la gracia de la cual necesitamos tanto. Nos entregamos a Vos, oh Niño omnipotente, seguros de que no quedará frustrada nuestra esperanza, y de que en virtud de vuestra divina promesa, acogeréis y despacharéis favorablemente nuestra súplica. Amén.
DÍA SEGUNDO
(Oración Inicial).
Consideración
El Verbo Eterno se halla a punto de tomar su naturaleza creada en la santa casa de Nazaret, en donde moraban María y José. Cuando la sombra del decreto divino vino a deslizarse sobre ella, María estaba sola y engolfada en la oración. Pasaba las silenciosas horas de la noche en la unión más estrecha con Dios; y mientras oraba, el Verbo tomó posesión de su morada creada. Sin embargo, no llegó inopinadamente: antes de presentarse envió un mensajero, que fue el Arcángel San Gabriel, para pedir a María de parte de Dios su consentimiento para la encarnación. El creador no quiso efectuar ese gran misterio sin la aquiescencia de su criatura.
Aquel momento fue muy solemne: era potestativo en María el rehusar... con qué adorables delicias, con qué inefable complacencia aguardaría la Santísima Trinidad a que María abriese los labios y pronunciase el fiat que debió ser suave melodía para sus oídos, y con el cual se conformaba su profunda humildad a la omnipotente voluntad divina.
La Virgen inmaculada ha dado su asentimiento. El arcángel ha desaparecido. Dios se ha revestido de una naturaleza creada; la voluntad eterna está cumplida y la creación completa. En las regiones del mundo angélico estallaba un júbilo inmenso, pero la Virgen María ni le oía ni le hubiera prestado atención a él. Tenía inclinada la cabeza y su alma estaba sumida en un silencio que se asemejaba al de Dios. El Verbo se había hecho carne y aunque todavía invisible para el mundo, habitaba ya entre los hombres que su inmenso amor había venido a rescatar. No era ya sólo el Verbo Eterno; era el Niño Jesús, revestido de la apariencia humana, y justificando ya el elogio que de El han hecho todas las generaciones en llamarle el más hermoso de los hijos de los hombres.
(Oración a la Santísima Virgen, Oración a San José, Aspiraciones para la venida del Niño Dios y Oración al Niño Jesús).
DÍA TERCERO
(Oración Inicial).
Consideración
Así había comenzado su vida encarnada el Niño Jesús. Consideremos el alma gloriosa y el santo cuerpo que había tomado, adorándolos profundamente. Admirando en el primer lugar el alma de ese divino Niño, consideremos en ella la plenitud de su gracia santificadora; la de su ciencia beatífica, por la cual desde el primer momento de su vida vio la divina esencia más claramente que todos los ángeles y leyó lo pasado y lo porvenir con todos sus arcanos conocimientos. No supo nunca por adquisición voluntaria nada que no supiese por infusión desde el primer momento de su ser; pero él adoptó todas las enfermedades de nuestra naturaleza a que dignamente podía someterse, aún cuando no fuesen necesarias para la grande obra que debía cumplir. Pidámosle que sus divinas facultades suplan la debilidad de las nuestras y les den nueva energía; que su memoria nos enseñe a recordar sus beneficios, su entendimiento a pensar en Él, su voluntad a no hacer sino lo que Él quiere y en servicio suyo.
Del alma del Niño Jesús pasemos ahora a su cuerpo, que era un mundo de maravillas, una obra maestra de la mano de Dios. No era, como el nuestro, una traba para el alma: era por el contrario, un nuevo elemento de santidad. Quiso que fuese pequeño y débil como el de todos los niños, y sujeto a todas las incomodidades de la infancia, para asemejarse más a nosotros y participar de nuestras humillaciones. El Espíritu Santo formó ese cuerpecillo divino con tal delicadeza y tal capacidad de sentir, que pudiese sufrir hasta el exceso para cumplir la grande obra de nuestra redención. La belleza de ese cuerpo del divino Niño fue superior a cuanto se ha imaginado jamás; y la divina sangre que por sus venas empezó a circular desde el momento de la encarnación es la que lava todas las manchas del mundo culpable. Pidámosle que lave las nuestras en el sacramento de la penitencia, para que el día de su Navidad nos encuentre purificados, perdonados y dispuestos a recibirle con amor y provecho espiritual.
(Oración a la Santísima Virgen, Oración a San José, Aspiraciones para la venida del Niño Dios y Oración al Niño Jesús).
DÍA CUARTO
(Oración Inicial).
Consideración
Desde el seno de su madre comenzó el Niño Jesús a poner en práctica su entera sumisión a Dios, que continuó sin la menor interrupción durante toda su vida. Adoraba a su Eterno Padre, le amaba, se sometía a su voluntad; aceptaba con resignación el estado en que se hallaba conociendo toda su debilidad, toda su humillación, todas sus incomodidades. ¿Quién de nosotros quisiera retroceder a un estado semejante con el pleno goce de la razón y de la reflexión?, ¿quién pudiera sostener a sabiendas un martirio tan prolongado, tan penoso de todas maneras? Por ahí entró el divino Niño en su dolorosa y humilde carrera, así empezó a anonadarse delante de su Padre, a enseñarnos lo que Dios merece por parte de su criatura, a expiar nuestro orgullo, origen de todos nuestros pecados y hacernos sentir toda la criminalidad y desórdenes del orgullo.
Deseamos hacer una verdadera oración; empecemos por formarnos de ella una exacta idea contemplando al Niño en el seno de su madre. El divino Niño ora y ora del modo más excelente. No habla, no medita ni se deshace en tiernos afectos. Su mismo estado, aceptado con la intención de honrar a Dios, es su oración y ese estado expresa altamente todo lo que Dios merece y de qué moro quiere ser adorado de nosotros.
Unámonos a las oraciones del Niño Dios en el seno de María; unámonos al profundo abatimiento y sea este el primer efecto de nuestro sacrificio a Dios. Démonos a Dios para no ser algo como lo pretende continuamente nuestra vanidad, sino para ser nada, para quedar enteramente consumidos y anonadados, para renunciar a la estimación de nosotros mismos, a todo cuidado de nuestra grandeza aunque sea espiritual, a todo movimiento de vanagloria. Desaparezcamos a nuestros propios ojos y que Dios solo sea todo para nosotros.
(Oración a la Santísima Virgen, Oración a San José, Aspiraciones para la venida del Niño Dios y Oración al Niño Jesús).
DÍA QUINTO
(Oración Inicial).
Consideración
Ya hemos visto la vida que llevaba el Niño Jesús en el seno de su purísima Madre; veamos hoy la vida que llevaba también María durante el mismo espacio de tiempo. Necesidad hay de que nos detengamos en ella si queremos comprender, en cuanto es posible a nuestra limitada capacidad, los sublimes misterios de la encarnación y el modo como hemos de corresponder a ellos.
María no cesaba de aspirar por el momento en que gozaría de esa visión beatífica terrestre: la faz de Dios encarnado. Estaba a punto de ver aquella faz humana que debía iluminar el cielo durante toda la eternidad. Iba a leer el amor filial en aquellos mismos ojos cuyos rayos deberían esparcir para siempre la felicidad en millones de elegidos. Iba a ver aquel rostro todos los días, a todas horas, cada instante, durante muchos años. Iba a verle en la ignorancia aparente de la infancia, en los encantos particulares de la juventud y en la serenidad reflexiva de la edad madura. Haría todo lo que quisiese de aquella faz divina; podría estrecharla contra la suya con toda la libertad del amor materno; cubrir de besos los labios que deberían pronunciar la sentencia a todos los hombres; contemplarla a su gusto durante su sueño o despierto, hasta que la hubiese aprendido de memoria... ¡Cuán ardientemente deseaba ese día!
Tal era la vida de expectativa de María, era inaudita en sí misma, mas no por eso dejaba de ser el tiempo magnífico de toda vida cristiana, no nos contentemos con admirar a Jesús residiendo en María, sino pensemos que en nosotros también reside por esencia, potencia y presencia.
Sí, Jesús nace continuamente en nosotros y de nosotros, por las buenas obras que nos hace capaces de cumplir, y por nuestra cooperación a la gracia; por manera que el alma del que se halla en gracia es un seno perpetuo de María, un Belén interior sin fin. Después de la comunión, Jesús habita en nosotros, durante algunos instantes, real y sustancialmente como Dios y como hombre, porque el mismo niño que estaba en María está también en el Santísimo Sacramento. ¿Qué es todo esto sino una participación de la vida de María durante esos maravillosos meses, y una expectativa llena de delicias como la suya?
(Oración a la Santísima Virgen, Oración a San José, Aspiraciones para la venida del Niño Dios y Oración al Niño Jesús).
DÍA SEXTO
(Oración Inicial).
Consideración
Jesús había sido concebido en Nazareth, domicilio de San José y de María, y allí era de creerse que había de nacer, según todas las probabilidades. Mas Dios lo tenía dispuesto de otra manera y los profetas habían anunciado que el Mesías nacería en Belén de Judá, ciudad de David. Para que se cumpliese esa predicción, Dios se sirvió de un medio que no parecía tener ninguna relación con este objeto, a saber: la orden dada por el emperador Augusto de que todos los súbditos del imperio romano se empadronasen en el lugar de donde eran originarios. María y José como descendientes que eran de David, no estaban dispensados de ir a Belén, y ni la situación de la Virgen Santísima, ni la necesidad en que estaba José del trabajo diario que les aseguraba la subsistencia, pudo eximirles de este largo y penoso viaje, la estación más rigurosa e incómoda del año.
No ignoraba Jesús en qué lugar debía nacer, e inspira a sus padres que se entreguen a la Providencia, y que de esta manera concurran inconscientemente a la ejecución de sus designios. Almas interiores observad este manejo del divino Niño, porque es el más importante de la vida espiritual: aprended que el que se haya entregado a Dios ya no ha de pertenecerse a sí mismo, ni ha de querer en cada instante sino lo que Dios quiera para él; siguiéndole ciegamente aún en las cosas exteriores, tales como el cambio de lugar donde quiera que le plaza conducirle. Ocasión tendréis de observar esta dependencia y esta fidelidad inviolable en toda la vida de Jesucristo, y este es el punto sobre el cual se han esmerado en imitarle los santos y las almas verdaderamente interiores, renunciando absolutamente a su propia voluntad.
(Oración a la Santísima Virgen, Oración a San José, Aspiraciones para la venida del Niño Dios y Oración al Niño Jesús).
DÍA SÉPTIMO
(Oración Inicial).
Consideración
Representémonos el viaje de María y José hacia Belén llevando consigo, aún no nacido, al Creador del universo hecho hombre. Contemplemos la humanidad y la obediencia de este divino Niño que aunque de raza judía y habiendo amado durante siglos a su pueblo con una predilección inexplicable obedece así a su príncipe extrajero que forma el censo de población de su provincia, como si hubiese para Él en esa circunstancia algo que le halagase, y quisiese apresurarse a aprovechar la ocasión de hacerse empadronar oficial y auténticamente como súbdito en el momento en que venía al mundo ¿No es extraño que la humillación, que causa tan invencible repugnancia a la criatura, parezca ser la única cosa creada que tenga atractivos para el Creador? ¿No nos enseñará la humildad de Jesús a amar esa hermosa virtud?
¡Ah!... Que llegue el momento en que aparezca el deseado de las naciones, porque todo clama por este feliz acontecimiento. El mundo, sumido en la oscuridad y el malestar buscando y no encontrando el alivio de sus males, suspira por su Libertador. El anhelo de José, la expectativa de María, son cosas que no puede expresar el lenguaje humano. El Padre Eterno se halla, si nos es lícito emplear esta expresión, adorablemente impaciente pr dar a su Hijo único al mundo, y verle ocupar su puesto entre las criaturas visibles. El Espíritu Santo arde en deseos de presentar a la luz del día esta santa humanidad tan bella que Él mismo ha formado con tan especial y divino esmero. En cuanto al divino Niño, objeto de tantos anhelos, recordemos que hacia nosotros avanza lo mismo que hacia Belén. Apresuremos con nuestro deseo el momento de su llegada; purifiquemos nuestras almas para que sean su mansión terrenal; que nuestros actos de mortificación y desprendimiento "preparen los caminos del Señor y hagan rectos sus senderos".
(Oración a la Santísima Virgen, Oración a San José, Aspiraciones para la venida del Niño Dios y Oración al Niño Jesús).
DÍA OCTAVO
(Oración Inicial).
Consideración
Llegan a Belén José y María, buscando hospedaje en los mesones; pero no lo encuentran, ya por hallarse todo ocupado, ya porque se les desechase a causa de su pobreza. Empero nada puede turbar la paz interior de los que están fijos en Dios. Si José experimentaba tristeza, cuando era rechazado de casa en casa, porque pensaba en María y en el Niño, sonreíase también con tanta tranquilidad cuando fijaba sus miradas en su casta esposa. El niño aún no ha nacido regocijábase de aquellas negativas, que eran el preludio de sus humillaciones venideras. Cada voz áspera, el ruido de cada puerta que se cerraba ante ellos era una dulce melodía para sus oídos. Eso era lo que había venido a buscar. El deseo de esas humillaciones era lo que había contribuido a hacerle tomar la forma humana.
¡Oh divino Niño de Belén! Esos días que tantos han pasado en fiestas y diversiones o descansando muellemente en cómodas y ricas mansiones, han sido para vuestros padres un día de fatiga y vejaciones de toda clase. ¡Ay!, el espíritu de Belén es el de un mundo que ha olvidado a Dios. ¡Cuántas veces no ha sido también el nuestro! ¿No cerramos continuamente con ruda ignorancia la puerta a los llamamientos de Dios, que nos solicita a convertirnos, o a santificarnos o a conformarnos con su voluntad? ¿No hacemos mal uso de nuestras penas, desconociendo su carácter celestial con que cada uno a su modo lo lleva grabado en sí? Dios viene a nosotros muchas veces en la vida, pero no conocemos su faz. No le reconocemos hasta que nos vuelve la espalda y se aleja después de nuestra negativa.
Pónese el sol del 24 de diciembre detrás de los tejados de Belén y sus últimos rayos doran las cimas de las rocas escarpadas que le rodean. Hombres groseors codean rudamente al Señor en las calles de aquella aldea oriental, y cierran sus puertas al ver a su madre. La bóveda de los cielos aparece purpurina por encima de aquellas colinas frecuentadas por los pastores. Las estrellas van apareciendo unas tras otras. Algunas horas más y aparecerá el Verbo Eterno.
(Oración a la Santísima Virgen, Oración a San José, Aspiraciones para la venida del Niño Dios y Oración al Niño Jesús).
DÍA NOVENO
(Oración Inicial).
Consideración
La noche ha cerrado del todo en las campiñas de Belén. Desechados por los hombres y viéndose sin abrigo María y José han salido de la inhospitalaria población y se han refugiado en una gruta que se encontraba al pie de la colina. Seguía a la Reina de los ángeles el jumento que le había servido de humilde cabalgadura durante el viaje y en aquella cueva hallaron un manso buey, dejado allí probablemente por alguno de los caminantes que había ido a buscar hospedaje en la ciudad. El Divino Niño, desconocido por sus criaturas racionales, va a tener que acudir a las irracionales para que calienten con su tibio aliento la atmósfera helada de esa noche de invierno, y le manifiesten con esto y con su humilde actitud el respeto y adoración que le había negado Belén. La rojiza linterna que José tiene en la mano ilumina tenuemente ese pobrísimo recinto, ese pesebre lleno de paja, que es figura profética de las maravillas del altar, y de la íntima y prodigiosa unión eucarística que Jesús ha de contraer con los hombres. María está en oración en medio de la gruta, y así van pasando silenciosamente las horas de esa noche llena de misterio.
Pero ha llegado la media noche, y de repente vemos dentro de ese pesebre, poco antes vacio, al divino Niño esperado, vaticinado, deseado durante cuatro mil años con tan inefable anhelo. A sus pies se postra su Santísima Madre, en los transportes de una adoración de la cual nada puede dar idea. José también se acerca y le rinde el homenaje con que inaugura su misterioso e imponderable oficio de padre putativo del Redentor de los hombres. La multitud de ángeles que desciende del cielo a contemplar esa maravilla sin par, dejan estallar su alegría y hacen vibrar en los aires las armonías de ese Gloria in excelsis, que es el eco de la adoración que se produce en torno del Altísimo hecha perceptible por un instante a los oídos de la podre tierra. Convocados por ellos, vienen en tropel los pastores de la comarca a adorar al recién nacido y presentarle sus humildes ofrendas. Ya brilla en oriente la misteriosa estrella de Jacob, y ya se pone en marcha hacia Belén la caravana espléndida de los Reyes Magos, que dentro de pocos días vendrán a depositar a los pies del divino Niño el oro, el incienso y la mirra, que son símbolos de la caridad, de la oración y de la mortificación.
¡Oh adorado Niño! nosotros también, los que hemos hecho esta novena, para prepararnos al día de vuestra Navidad, queremos ofreceros nuestra pobre adoración: ¡no la rechacéis! Venid a nuestras almas, venid a nuestros corazones llenos de amor. Encended en ellos la devoción a vuestra santa infancia, no intermitente y sólo circunscrita al tiempo de vuestra Navidad, sino siempre y en todos los tiempos; devoción que fielmente practicada y celosamente propagada, nos conduzca a la vida eterna, librándonos del pecado y sembrando en nosotros todas las virtudes cristianas.
(Oración a la Santísima Virgen, Oración a San José, Aspiraciones para la venida del Niño Dios y Oración al Niño Jesús).
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