PROYECTO DE VIDA
UNIDAD IV
4.9 JUANA DE LESTONNAC: UNA VIDA DE RESPUESTA INCONDICIONAL A DIOS
Era
Juana una mujer enérgica, vigorosa, persuasiva, vibrante y espontánea.
Su carácter de fuego, la tenacidad ante las dificultades, su creatividad
y su actividad, y sobre todo, su capacidad para luchar, fueron a la
vez, causa de éxito y lugar de combate en su vida.
Tuvo
que afrontar, desde sus primeros años, discusiones sobre la fe entre su
padre y su madre. Su padre católico convencido, su madre calvinista
aferrada y fanática. Las discusiones engendran muy pronto una brecha y
un desgarrón en su hogar... un desacuerdo profundo bloquea la relación
familiar.
Juana sufre intensamente lo que esta
situación familiar supone para una adolescente. Gracias a su rica
interioridad, alimentada en el estudio, las relaciones humanas, la
reflexión y el trato frecuente con Dios, puede mantenerse firme en sus
convicciones. En su habitual diálogo con Dios, oye esa voz interior que
la sostuvo siempre: "Cuida, hija mía, de no dejar apagar la llama que yo
mismo he encendido en tu corazón".
Toda su vida fue un alimentar esa llama hasta convertirla en fuego, capaz de contagiar y abrasar a muchos.
Su
juventud fue una explosión de generosidad, pero atemperada por la sana
prudencia. Por eso al comprender que su deseo de entrega total en una
vida consagrada, tropezaría en aquel momento con las grandes
desviaciones que afectaban a los conventos de la época, se abre a otros
caminos que el Señor le presenta.
Conoce al joven
Gastón de Montferrant, Barón de Landirás, y con un amor grande,
sustentado en sus convicciones cristianas, construyen un hogar.
La
joven baronesa de Landirás crea el clima de familia donde todos, hijos,
padres, servidores, se sienten acogidos, amados, impulsados a crecer en
el amor con exigencia y bondad; organiza su casa con un estilo que
rompe con los usos y los moldes superficiales de la aristocracia de
entonces; la llegada de los hijos encierra momentos de grandes
sufrimientos, pero también de grandes alegrías. Así transcurren sus 24
años de matrimonio.
Pero llega también el momento de la
prueba: en el transcurso de muy pocos años, y en algunos casos en
circunstancias trágicas, mueren su esposo, su padre, su tío Miguel -el
gran apoyo de sus años jóvenes- y su hijo mayor.
Juana
no se repliega sobre sí misma: cuando le visita la sombra luminosa de la
cruz, abre el corazón a esa nueva forma de presencia del Señor, y asume
esas muertes con dolor sereno, con esperanza cristiana... Es que Juana
ama más allá de sí misma, más allá de la muerte, al Señor de la Vida, al
que es capaz de crear nuevos modos de presencia y de amor.
Durante
los primeros años de su viudez, Juana hace de padre y madre, educa,
impulsa, organiza su casa... y en medio de todo, sigue descubriendo
fuertes exigencias del Señor.
Cuando la peste invade la
ciudad de Burdeos, Juana, desafiando el contagio, cuida a los enfermos,
vela a su cabecera, los acompaña en su soledad. Siente que es necesario
tender la mano a otros, darse, estar presente donde haya alguna
miseria. Descubre en el necesitado el rostro doliente de Dios.
Tiene
entonces 45 años y ha vivido intensamente las grandes experiencias de
su vida. Podría decir que ya "ha cumplido". ¿No podría ya descansar,
recoger los frutos viendo crecer a sus hijos y a los hijos de sus hijos?
No
es éste el modo como Dios la conduce, ni la manera como ella le
responde. Juana lleva en el corazón una llama encendida que no la deja
vivir para sí misma...
Intenta entonces un camino
nuevo. Una vez asegurado el futuro de sus hijos, ingresa en el
monasterio contemplativo de Tolosa, bajo una Regla rigurosa; en poco
tiempo su salud queda minada y le sorprende una grave enfermedad. Nada
le hubiera impedido sucumbir a ella, convencida como estaba de que Dios
la quería allí. Pero de nuevo Dios se hace presente de forma
desconcertante y los médicos la obligan a dejar el monasterio, seguros
de que en ello estaría su curación. Juana vive entonces la noche más
oscura y luminosa de su vida. Así se describe este episodio en las
Constituciones de la Compañía que después fundó:
"en un clima de oración,
con una fuerte exigencia de despojo,
se hace consciente de las necesidades de los hombres,
y se abre al don de Dios que la impulsa a tender la mano,
y a llevar la Buena Nueva;
se compromete totalmente en la obra de salvación,
a imitación de Nuestra Señora, en quien descubre su modelo.
En este momento culminante se le revela su vocación apostólica
y ella intuye su misión.
Esta intuición fundamental... se plasma en un proyecto común
de vida, totalmente orientado a evangelizar a la juventud y a
contribuir así a la transformación de la sociedad de su tiempo".
A
esta misión se entrega con todas sus fuerzas durante el resto de su
vida. Asocia a ella a otras jóvenes que en profunda sintonía con su
proyecto, e impulsadas por la misma llamada radical, y por la misma
sensibilidad a las necesidades de su tiempo, hicieron surgir con ella la
Compañía de María.
.oo0oo.
Después
de recorrer la trayectoria de esta vocación, se comprende por qué Juana
de Lestonnac pudo plasmar sus exigencias más radicales en una de las
Reglas que dejó a la Compañía:
"Todas las que entraren en esta Orden de Nuestra Señora,
siguiendo el consejo de Jesucristo:
'Quien deja a su padre, o a su madre...'
harán cuenta de dejar padre, madre, hermanos y hermanas,
y todo lo que tuvieren en el mundo...
como conviene a personas muertas al mundo y a su amor propio
y que viven solamente por Jesucristo Nuestro Señor
al que han tomado en lugar de padres, hermanos y hermanas,
y de todas las cosas".
Se
comprende también por qué la Compañía de María define hoy su misión y
las exigencias de la vocación a ella, con palabras tan vigorosas como estas:
"El
fin de las Religiosas de la Compañía de María Nuestra Señora, Instituto
apostólico en la Iglesia, es consagrarse con todas sus fuerzas al
anuncio del Reino.
Realizamos nuestra misión de evangelización como educadoras, al servicio de la fe que fructifica en obras de justicia.
La juventud, esperanza de vida y de transformación de la sociedad, será el campo preferencial de nuestra acción apostólica".
"Seguir
así a Jesucristo en la Compañía de María, significa optar por la
radicalidad evangélica como dinámica de la propia vida. Es convertirse
en el discípulo que lo abandona todo para seguir al Maestro y participar
de su Misión.
Supone
una experiencia personal de Jesucristo, que centra y unifica en Él todo
nuestro ser. Nos lleva a una entrega libre que supera sentimientos e
intereses propios y ordena nuestra vida según el Evangelio. Dejándolo
todo, tomamos a Jesucristo por única heredad en lugar de padre, madre,
hermanos y hermanas y de todas las cosas.
Esta opción nos exige...
Hacer
efectivas en nuestra vida las rupturas que exige el seguimiento de
Jesús y que manifiestan lo relativo que es todo frente a Él."
Después de esta lectura, te pueden venir bien estas reflexiones:
- ¿Qué conciencia tienes del don de la fe que has recibido y cómo la estás manteniendo viva?
- ¿Qué circunstancias personales, familiares, sociales, favorecen o amenazan el crecimiento de tu fe? ¿Cómo afrontas esto?
- ¿Desde qué perspectiva te planteas tu futuro y qué disponibilidad
tienes para acoger lo que Dios te va presentando como camino para ti?
- ¿Qué rasgos te llaman más la atención en la trayectoria de vida de Juana de Lestonnac?
- ¿Experimentas alguna sintonía con el Proyecto de Vida que ella dejó a sus religiosas? ¿En qué basas tu respuesta?
Pídele a ella que te alcance la lucidez y la valentía que
necesitas para responder en fidelidad a la vocación a la que el Señor te
ha llamado.